El gran desarrollo de las tecnologías digitales en los últimos años se ha presentado como un fenómeno omnipresente en todas las actividades cotidianas. En este contexto es obvio que el ámbito familiar no está exento ni puede darse el lujo de ignorarlo.
En estas líneas no nos centraremos en proporcionar una serie de recetas para luchar contra sus posibles efectos nocivos, pero sí en generar reflexiones en torno a 10 puntos claves a fin de intentar dilucidar mejor sus verdaderos alcances.
1. Ni bueno, ni malo. Ante un fenómeno tan abrumador que se nos presenta en el día a día, deberíamos resistirnos tanto a la tentación de demonizarlo como de endiosarlo. El uso de las redes sociales, los smartphones y las tablets, así como de todo lo que apareció a partir de la irrupción de Internet y seguirá apareciendo, no es en principio ni bueno ni malo: todo depende de su uso.
2. Su uso desmesurado, durante la infancia, tendrá serios efectos. Afirma Adam Alter sobre el uso adictivo de tecnología en su libro Irresistible del 2017, que aún no sabemos, por ejemplo, cuánto afectará a los niños su uso indiscriminado. Dicho sea de paso, es sugerente el título que le da al prólogo: “Nunca te enganches a tu propia mercancía”. En este describe el estricto control que ejercen sobre sus hijos los grandes creadores de los más novedosos aparatos electrónicos (el iPad, por ejemplo) para que no los utilicen o lo hagan con estricta moderación.
Sin embargo, con respecto al uso de las nuevas tecnologías de la comunicación que tanto han cambiado nuestra cotidianeidad, el sociólogo español Antonio Lucas Marín suele parafrasear a Marx al señalar: “La historia de la humanidad es la historia de la ampliación de la capacidad comunicativa”
3. Las redes sociales han modificado las formas de interacción social. El recientemente fallecido sociólogo Zigmunt Bauman nos las presentaba como “comunidades de bajo costo”, con lo cual buscaba señalar que implicaban una pertenencia que no ameritaba un esfuerzo significativo. Con muy poco podemos pertenecer a una infinidad de grupos y de comunidades, las cuales no nos demandarán “poner el cuerpo” a ninguna de las causas a las que adherimos. De esta forma, creamos identidades postizas que terminamos por creer reales.
4. Redes sociales, un mundo de posibilidades: El investigador argentino Federico Fros Campelo, en el libro El cerebro del consumo, publicado en el 2018, enumera algunas de las bases del éxito de las redes sociales: podemos editar nuestra vida en busca de la aprobación de los otros, podemos controlar cuándo queremos hablar y cuándo escuchar, y, por último, podemos —y de hecho lo hacemos— comparar de forma constante lo que hacemos con lo que hacen los otros.
5. Comparar y compartir, dos palabras claves para entender el fenómeno de las redes sociales, pero con un matiz preocupante, ya que nos interesan las otras personas pero en cuanto “aplaudidoras”. Es una relación instrumental que no me permite saber del otro en cuanto al otro.
Además, dado que todos editan su vida, corremos el riesgo de terminar deprimidos: “Todos viajan, todos tienen éxito, todos sonríen, ¿menos yo?”.
6. Aprobación social virtual, una adicción. La interacción social planteada de esta forma se llena poco a poco de apariencias que nos lleva de manera progresiva a vivir en un mundo virtual, pero sobre todo muy cerca de lo irreal. Además, lo que es aún más llamativo, esta necesidad constante de feedback se torna muchas veces adictiva. Necesitamos, de forma constante, saber lo que valemos y confirmarnos socialmente, si bien esa confirmación es muy breve, de modo que necesitamos alimentarla una y otra vez.
No obstante, las redes sociales nos ayudan a completar también la otra cara de la moneda. Como bien afirma Alter, los psicólogos nos hablan del “nivel de distinción óptimo”, lo cual implica que queremos estar de acuerdo con los demás en la mayoría de las cosas, pero no en todas. Queremos distinguirnos en algo. Es como la lógica de la moda: queremos seguirla, pero siempre con algún toque de distinción personal.
Pasamos a tener una vida, de forma predominante, en las dos dimensiones que nos brindan las pantallas, de manera que, en especial en las nuevas generaciones, se torna muy difícil experimentar la interacción social en la “vida real” de tres.
7. Un desafío familiar: hasta el momento hemos hablado de los cambios que generan las nuevas tecnologías en la vida cotidiana, pero no hemos mencionado a las familias. Pues bien, no es muy difícil darnos cuenta de cómo esas modificaciones que se aprecian en las interacciones de todos los días se reflejan en la vida familiar.
Todo desafío que se presente ante un cambio social de magnitud será, antes o después, un desafío familiar. La relación dialéctica entre familia y sociedad está detrás de esto.
De este modo, ese gran desafío se centraría en la siguiente pregunta: ¿Cómo hacemos para que las nuevas tecnologías se aprovechen en la familia en todo lo que tienen de útil y provechoso, y cómo fijar los límites necesarios en el propósito de eliminar sus efectos negativos o no deseados?
Muchos recordarán cómo, en décadas pasadas, el gran “demonio” del diálogo y la interacción familiar era el aparato de televisión. Por un lado, estaban los riesgos que conllevaba el escaso o nulo control que podían tener los padres sobre los contenidos que ésta emitiera, así como los momentos en los que los más pequeños hicieran uso del mismo. Pero también, se hacía siempre hincapié en los momentos de intercambio en la mesa familiar. La TV se presentaba como el enemigo, como el aparato tecnológico que atentaba contra todo lo positivo que tenía ese momento de encuentro. La imagen de todos los integrantes de la mesa mirando hacia un único aparato era la más temida.
Sin embargo, paradójicamente, hoy sería un mal menor: al menos todos los integrantes de la familia miraban hacia un mismo lugar, observaban un mismo contenido e, incluso, ese contenido luego podía comentarse. En cuanto a su uso fuera del ámbito de la mesa, hoy nos parecería irrisorio preocuparnos por su uso y sus contenidos cuando, en la actualidad, miles de mensajes audiovisuales se cuelan en la vida de nuestros hijos mediante una infinidad de vías muy difíciles de controlar.
8. Individualismo: hoy, a diferencia de todo aquello, asistimos al fenómeno del individualismo del que nos habla Fabrice Hadjadj en Qué es una familia, su libro publicado en el 2015. Con este concepto, el autor francés nos describe con ironía cómo en la mesa familiar contemporánea ya no sólo actuamos de forma individualista (cada uno mira su smartphone o su tablet), sino que, incluso, en cada una de las pantallas dividimos el interés en distintos links a la vez. Nuestra individualidad también se divide.
Si bien el celular y la notebook, por medio de Internet, hacen posible que nos comuniquemos con familiares y amigos que pueden hallarse a miles de kilómetros y nos ayudan a mantener los lazos de forma que hace solo unas pocas décadas era imposible, por otra parte —y volvemos a las paradojas—, ese comunicarme con alguien que esté tan lejos puede hacer que deje de hacerlo con el que tengo sentado al lado mío.
9. Empatía: decíamos al comienzo que las nuevas tecnologías, como tantas invenciones humanas, no son ni buenas ni malas, solo depende del uso que se les dé. Pues bien, más allá de esto, en el ámbito familiar creo que con respecto a este tema es necesario poner el acento en una palabra clave: la empatía.
Diversos estudios consignados en el ya mencionado libro de Alter, así como en el de H. Gardner, La generación APP, demuestran cómo los jóvenes en los últimos treinta años han perdido considerables dosis de esta virtud.
Si mis relaciones se limitan poco a poco a lo digital, es muy difícil aprender a empatizar, a “leer” lo que le pasa al que tengo al lado. Aún peor, si con un solo clic me puedo sacar de encima a aquel que me molesta, pierdo la capacidad de roce, de aprender del que me molesta o sofoca. Ahora bien, si en el seno familiar nos damos el lujo de seguir la misma lógica, el asunto no tiene retorno.
10. Calidad de vida social y familiar: en síntesis, el desafío de cara al futuro consistirá en plantear —de manera paulatina— en las diferentes situaciones novedosas que se nos presenten en el día a día, alternativas complementarias reales que permitan aprovechar lo mejor de la tecnología, sin perder calidad de vida social y familiar. Las recetas al respecto las dejo para otros especialistas en la materia.
* Director del Departamento de Sociología de la Universidad Católica Argentina.
Texto adaptado por la revista Apuntes de Familia, a partir del artículo original.