Lo que pasa con los adolescentes cuando dejan de ser niños

Los adolescentes, al entrar en esta nueva etapa, van elaborando tres duelos: el duelo por el cuerpo que dejan atrás, el duelo por la identidad y el rol infantil y el duelo por los padres infantiles.

Lo que pasa con los adolescentes cuando dejan de ser niños

Pero, al igual que sufren pérdidas, también llegan cosas nuevas a su vida, y estas cosas pueden suponer también alegrías, si logran transitar el camino de forma saludable.

1. Un nuevo cuerpo

El cuerpo del adolescente cambia y se convierte en un nuevo cuerpo, al que se irán habituando (y queriendo) progresivamente. Así, empiezan a sintetizar hormonas sexuales, que son las responsables de los cambios físicos que experimentarán.

Esto empieza relativamente pronto, a los ocho años en las niñas y a los nueve-diez en los niños. Su cuerpo da el estirón y son más altos. El crecimiento no cesa hasta los 17 años en las chicas y los 21 años en los chicos, según estudios. 

Pero a nivel psicológico, ¿qué implica esto? Implica reconocerse en un nuevo cuerpo, empezar a habitarlo y quererlo. No es tarea fácil, y es normal que los adolescentes se sientan extraños y confundidos. Además, hay aspectos que les pueden generar un poco de complejo e inseguridad, por ejemplo, el acné facial. Y otros, que les pueden generar muchas dudas o vergüenza; por ejemplo, la primera menstruación en las chicas.

El nuevo cuerpo genera confusión en los adolescentes, y es normal. Pueden sentirse inseguros al principio, pero con el tiempo podrán querer a este nuevo cuerpo que les permite ser quienes son.

Puede ayudarles el hecho de mirarse al espejo habitualmente y empezar a acostumbrarse a ese nuevo reflejo, aceptar esa confusión inicial y permitirse estar mal, preguntar si tienen dudas, compartirlas con otros adolescentes, empezar a identificar qué cosas buenas tiene su nuevo cuerpo, qué valoran de él, etc.

2. Una nueva identidad y un nuevo rol

Los adolescentes también le dan la bienvenida a una nueva identidad (aún en construcción) y a un nuevo rol. Además, ya no se espera lo mismo de ellos; las expectativas hacia ellos, por parte del entorno, han cambiado.

Por un lado, pueden exigirles más; por ejemplo, más sentido de la responsabilidad y madurez. Por el otro, se les va dotando de más independencia cada vez. Son cambios positivos, pero esto no quiere decir que no necesiten un tiempo para habituarse a ellos.

Así, dejan de ser “niños” para ser “adolescentes”, y esto a nivel identitario es muy importante, porque todo lo que lleva implícito el concepto “adolescente” (a nivel social, cultural, etc.), es muy distinto a la connotación de “niño”. Y porque van conociéndose a sí mismos, identificando qué les gusta, qué no y todo esto va a configurar su identidad y su personalidad.

Cambia también su forma de pensar. Se desarrollan dos fenómenos psicológicos; la audiencia imaginaria (pensar que todos están pendientes de ellos) y la fábula personal (sentirse únicos en el mundo; “nadie siente lo mismo que ellos” y por lo tanto, nadie los entiende).

Empiezan a sentir la libertad y, con ella, se abre la posibilidad de ser quienes quieren ser realmente (algo que es muy excitante para ellos, pero que también da un poco de vértigo). Es una época de inseguridades también, pero con un acompañamiento emocional adecuado, y un buen soporte social, las irán elaborando poco a poco.

3. Unos “nuevos” padres

El tercer duelo es el de los padres. Con él, llega la bienvenida de unos “nuevos” padres; por supuesto, éstos son los mismos, pero no a los ojos del adolescente. Durante la infancia, los padres son “invencibles” para los niños, son como superhéroes. Pero en la adolescencia el joven deja de idealizarlos, los ve tal y como son, de carne y hueso. Ve que también se equivocan. Y es algo bueno y necesario para ellos.

Son más realistas, pero también más críticos. En cierta manera, y si se dan las condiciones idóneas, el cordón umbilical que unía al adolescente con sus padres (al menos, a nivel emocional), se rompe.

Llega la etapa de la verdadera independencia. Y esto no quiere decir que la relación se enfríe, o que no haya un potente vínculo entre padres e hijos, sino que llega una nueva etapa donde el adolescente empieza a “volar” y a construir su propia autonomía, y por lo tanto, la relación adquiere nuevos matices.

Como aspecto positivo, los adolescentes pueden encontrar en sus padres un referente, alguien que los acompañe, pero sabiendo que, en algunos aspectos, pueden empezar a tomar sus propias decisiones.

Apoyar a nuestro hijo adolescente a la hora de recibir y despedirse

Como vemos, el duelo es una moneda de dos caras, donde hay cosas que llegan, y otras que se van. Cosas que recibir y cosas de las que debemos despedirnos.

El camino desde la niñez a la adolescencia es todo un viaje físico, emocional y psicológico, y no debemos infravalorar la importancia de todos los cambios que este viaje conlleva. Nuestros hijos se hacen mayores y siguen necesitando de nosotros, aunque de otra manera.

Por ello debemos estar disponibles para ellos, atentos a sus cambios y pendientes de lo que puedan necesitar, ya sea un consejo, un abrazo o un poco de distancia y espacio. Y sobre todo, debemos aceptarlos y quererlos tal y cómo son.

Es momento de que ellos mismos construyan la persona que les acompañará siempre, que le den la mano y empiecen a caminar juntos. Esa persona incondicional a la que deben querer y admirar, porque es perfecta tal y como es, y que son ellos mismos.

Información tomada de: Estas son las tres cosas a las que le dan la bienvenida los adolescentes cuando dejan de ser niños

Por: Mariana Marroquín Ortiz
Equipo de redacción Los Mejores Colegios

 

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