Cuando entran en la etapa de la adolescencia, hay muchos jóvenes que pueden ponerse dramáticos ante situaciones que para los padres, no tienen el mismo grado de importancia. Es normal que ante situaciones del día a día, sientan que se acaba el mundo, o lo viven todo con mucha intensidad.
No es fácil acompañar a nuestros hijos adolescentes en estos momentos, y lo cierto es que hay que tener mucha firmeza para acompañarlos sin que se enfaden, porque enseguida te dicen “tú no me entiendes”. Entonces, ¿cómo lo hacemos?
La intensidad de la adolescencia: cuando todo “es un mundo”, ¿por qué ocurre?
Debemos tener en cuenta que, en esta etapa de la vida, los adolescentes viven muchas primeras veces. Y en esas primeras veces, son aún muy inexpertos; es quizás la primera vez que se enamoran, que viven una ruptura, que tienen una pelea fuerte con su mejor amigo, que no saben lo que quieren estudiar, que están desmotivados con los estudios, que viven una pérdida significativa, etc.
Y adicional a esa inexperiencia, se agrega también la inmadurez emocional propia de la edad. Todo ello, sumado a la personalidad de cada joven y a su emocionalidad, contribuye a que nuestros hijos puedan vivir las cosas de forma muy intensa. Y se añaden dos factores psicológicos importantes que influyen en esta emocionalidad, los cuales estudió y describió el psicólogo David Elkind (Michigan, EEUU, 1931), y que son:
La audiencia imaginaria: pensar que todos están pendientes de ellos.
Este fenómeno conlleva en el adolescente cierta obsesión por la imagen que los demás tienen de él. Supone además que todo el mundo le observa, constantemente, y se vuelve muy consciente de sí mismo, como si estuviera actuando para una “audiencia imaginaria”.
A raíz de ello, puede sentirse más susceptible respecto a todo, e intensificar las cosas que vive, porque todo lo personaliza hacia él, como si todos estuvieran pendientes de lo que hace o dice.
La fábula personal: sentirse únicos.
A través de la fábula personal el adolescente se siente como un ser único en el mundo (que recuerda un poco a la etapa egocéntrica de los niños más pequeños). Y sí, claro que son únicos y especiales, pero hablamos de un sesgo más rígido, que los lleva a pensar que sus sentimientos y opiniones son totalmente distintos a los del resto, siempre.
Y también, a experimentar que nadie ha vivido las cosas como ellos, lo que aumentaría ese grado de “dramatismo” con el que viven todo y el grado de incomprensión que sienten. “Nadie me entiende, esto solo lo he vivido yo”.
¿Cómo acompañarlos?
1. Valida las emociones pero no las expandas
Se trata de validar sus sentimientos y emociones (“te entiendo, tienes derecho a sentirte así, lo que sientes es válido”), pero sin llegar a expandirlas o intensificarlas. Es decir, no convertir el asunto en algo más grande de lo que es.
2. Sitúalo en el presente
Cuando los hijos adolescentes dramatizan ciertas situaciones muchas veces es porque se imaginan lo peor, piensan que lo peor pasará, o dicen frases como “ya nada tiene sentido”, “nunca más volveré a estar bien”, etc.
Como dato curioso, en este caso, están teniendo una distorsión cognitiva que es “el error del adivino” (pensar que pueden adivinar lo que pasará en el futuro), y cuando estas distorsiones actúan, pierden la objetividad de la realidad y eso les puede hacer sufrir.
Así, su mente se va hacia el futuro. Pues bien, intentemos traerlos de vuelta al presente; podemos usar frases como “no pienses en todo lo mal que puede salir algo, piensa que ahora está saliendo bien, y eso es lo que importa”, o “tal vez ahora te sientes así, pero esto no durará para siempre”. La idea es que las emociones del presente no los hagan definir su futuro (o pensar que lo pueden predecir).
3. Hazle recordar situaciones similares
También puede ayudar el hecho de recordar situaciones similares en el pasado que pudieron superar. Por ejemplo, “esto lo viviste hace unos meses y con el tiempo te sentiste mejor, ¿por qué ahora tendría que ser diferente”? Se trata de hacerles ver que, aunque ahora estén muy tristes, o muy enfadados, esa emoción no perdurará siempre.
4. Ayúdale a relativizar
Ayúdales a relativizar lo que está sucediendo. Si por ejemplo están mal porque un amigo no los invitó a una fiesta, y esa fiesta era muy importante para ellos, y empiezan a decir cosas como “nadie quiere estar conmigo”, “no valgo nada”, “no tengo amigos”, podemos empezar por detectar estos adverbios tan deterministas en su lenguaje, como: “nunca”, “siempre”, “no”.
Hagámosles que el que, no los hayan invitado a una fiesta, no significa que:
- Nunca más los van a invitar.
- Sean menos interesantes o nadie los quiera.
- Se pierden algo importantísimo que no se repetirá jamás.
5. Ayúdale a identificar su diálogo interno
Cuando los adolescentes se ponen en “modo dramático”, muchas veces es porque tienen interiorizado un diálogo interno (la forma en la que se hablan a ellos mismos) muy rígido. Por ejemplo, incluyen muchos adverbios deterministas en su lenguaje para describir cómo se sienten o lo que les pasa, con palabras o frases como “nunca”, “siempre”, “soy mala persona”.
Por ejemplo “nunca me volverá a invitar a una fiesta”, “soy una mala amiga”, “soy horrible”. Se trata de que empiecen a identificar esos patrones y que sustituyan esas palabras, poco a poco, por otras más flexibles, como “quizás”, “tal vez”, “puede ser”.
Ilustramos esto con un ejemplo para que sea más fácil de entender; no es lo mismo decir: “nunca más me invitarán a fiestas” que “en esta no me han invitado, pero quizás en la próxima sí”, o decir “no valgo nada” que “no he tenido mi mejor día”. ¿Ves la diferencia? Pues esa diferencia también deberían apreciarla ellos y empezar a cambiar su diálogo interno.
6. Identifica su locus de control: ¿cómo se explican lo que les sucede?
El locus de control tiene que ver con las explicaciones que damos a las cosas que nos suceden. Puede ser interno o externo. Si es interno, tendemos a pensar que lo que nos pasa tiene que ver con nosotros (por ejemplo, “he sacado malas notas porque no he estudiado”). Si es externo, atribuimos lo que nos pasa a factores del contexto (“si he sacado malas notas es porque el profesor me tiene manía o porque el examen era muy difícil”).
Identificar el locus de control de tu hijo te ayudará a entenderlo mejor; cuando se toman las cosas muy a pechos, generalmente es porque tienen un locus de control interno, y sienten que todo depende de ellos, que todo es “su culpa”.
Debemos ayudarles a flexibilizar ese locus para que sea también externo cuando la situación lo requiera, y no se culpen por cosas que no son responsabilidad suya.
7. Relativiza también tú
Recuerda que somos modelos de conducta para nuestros hijos en muchas ocasiones (aunque a veces no seamos tan conscientes). Y es que los hijos, aun siendo adolescentes, también nos imitan. Si tú relativizas, será más fácil que tu hijo también lo haga. Por ejemplo, si vives una situación que no te gusta, y te sientes mal por ello, no se trata de esconderlo, sino de manifestarlo, pero sin llegar a un extremo. Si tus hijos te ven relativizar las cosas, es más fácil que ellos sepan: 1. que es posible hacerlo, y 2. cómo pueden empezar a hacerlo ellos.
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Por: Mariana Marroquin Ortiz
Equipo de redacción de Los Mejores Colegios