Descubriendo nuevos caminos: Repensemos la educación

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Los humanos, a través de los siglos, hemos planteado preguntas, buscando respuestas. Hemos inventado, fundado creencias, investigado el mundo, las estrellas; también hemos generado guerras y destrucción, así como creado obras inolvidables de arte y sinfonías. Hemos buscado dioses, sembrado hortalizas.

Hemos celebrado logros con rituales festivos, alcanzado la luna, izado banderas radicales, creado redes de mágica e inmediata comunicación, acumulado documentos, textos, reliquias de nuestra historia. Hemos inventado máquinas y diseñado formas para vivir mejor.

Cuántos avances de especie hemos tenido, en el sueño de comprender el mundo, y así mismo cuánta miopía existe aún en nosotros para dirigir la pupila y la mirada hacia lo fundamental: el yo y el otro.

Históricamente la educación ha realizado esfuerzos laboriosos y detallados para que sus niños y jóvenes, potenciales adultos funcionales, sean hábiles, llenos de saber, cargados de información, conocimiento y destrezas, sobre todo con una intención productiva que se ajuste de forma obediente a un sistema cuyo engranaje olvida con facilidad la esencia y la profundidad de la construcción humana.

En la educación de antes “el niño” no existía, era invisibilizado. Era el adulto quien decidía cómo moldearlo sin tener en cuenta su deseo, necesidad o voluntad. Era el adulto quien “sabía” qué necesitaba el niño y así creaba todo un sistema de reglas, normas, contenidos, tareas, obligaciones, evaluaciones y pruebas competitivas que resultaban en mediciones concluyentes del ser apto o no para lo que el mundo (adulto) requería. Se formaban filas de pupitres mirando hacia un adulto en alto, que tenía la verdad y a quienes los niños debían escuchar sin miramientos. La disposición de las aulas. Ni siquiera permitía la mirada a los ojos entre los niños, sólo podían ver la espalda y la nuca de sus compañeros. El juego era considerado una falta de respeto para el adulto, y la pregunta era recibida como un acto casi que subversivo que retaba la autoridad.

El momento histórico actual nos invita de forma prioritaria y casi que urgente a dar un giro a la educación, a través del cual, niños y jóvenes sean el centro real, los actores principales de su propia biografía formativa. Una educación en la que se escuche el sentir, salones de clase en donde las emociones sean invitadas de honor al proceso de construcción personal. Necesitamos una educación que valide la historia personal de los niños, que comprendan sus contextos familiares, sus dolores y heridas afectivas, sus vacíos y sus potencialidades. Un territorio educativo que crea en los niños, que observe sus talentos, que celebre su singularidad. Una educación que acepte el reto de escuchar, más que imponer; de observar, más que juzgar; de creer, más que invalidar; de acompañar, más que instruir; de amar, más que educar.

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Sin duda llegó el momento de que los colegios, en sus aulas, parques, bibliotecas, comedores, tiendas, canchas de fútbol y corredores, se conviertan en el recinto sagrado de la construcción humana. Ese lugar donde germina y florece el respeto al otro, donde un conflicto entre compañeros sea abordado con tanta profundidad, que florezca en solución y empatía. Un lugar en el que la afectividad del maestro sea tenida en cuenta, donde nos abrumemos ante los logros, donde día a día se combata la falta de empatía, la discriminación de cualquier tipo, los chistes hirientes o la ironía como arma de micro guerra. En el Colegio Campestre San Diego llevamos haciendo esto durante 25 años, e invitamos a los colegios a repensar su modelo educativo para incluir más al protagonista: el estudiante.

Llegó la hora de comprender que cada niño es diferente, que no todos tienen que llegar a la misma meta y que no todos tienen la misma velocidad. Que cada uno aprende de manera distinta y que no hay un talento más válido que el otro. Llegó el momento de comprender que uno de los nortes fundamentales de la educación actual es dar a niños y jóvenes herramientas para conocerse a sí mismos, a los otros, para profundizar con escafandra en su interioridad, emocionalidad, en sus posibilidades y también en sus temores. Darles herramientas para regularse, para trascender, para enfrentar la crueldad y la ceguera de los estereotipos, para descubrirse en su profunda belleza interior. Desde Preescolar en San Diego, acompañamos a nuestros estudiantes en este proceso de descubrimiento personal.
Llegó el instante en que desaparezcan un poco los pupitres para empezar a experimentar, a jugar, a aprender jugando, como lo hemos hecho en San Diego. Ya basta de líneas y aulas que no permiten la mirada. Ahora si escuchemos a los niños, conmovámonos ante su enorme sabiduría. Permitámosles explorar el mundo, sentir la tierra con sus manos, untarse de vida. Permitámonos el reto de no apagar sus ojos de sorpresa; ese es uno de nuestros propósitos en San Diego.

Demos la bienvenida entonces con aplausos y sin temor a la educación re-humanizada, la que vivimos día a día en San Diego, la que en sus salones de clase pone las sillas en círculos para mirar de frente, la que escucha las historias y las preguntas de los niños, la que comprende que el maestro es el guía amoroso y claro y no el portador de la verdad y la autoridad asustada. La educación que no cuantifica a los niños, la que no se preocupa por resultados sino por los procesos. La educación que comprende que está llenando de sol la construcción de proyectos de vida singulares. Digámosles a los niños a viva voz que son valiosos, que hay espacio para todos en este planeta, aunque seamos diferentes, que llegó el momento de reconstruir jubilosamente los caminos como especie, que todos somos bellos, que somos diferentes y comprenderlo con sencillez permitirá que florezca el jardín.

Especial para Los Mejores Colegios
Por: María Mercedes Piedrahita
Psicóloga
Colegio Campestre San Diego
www.sandiego.edu.co