Como padres, todos tenemos la firme convicción de querer darles lo mejor a nuestros hijos, y este deseo por supuesto contempla, el ofrecerles, entre otras cosas, la mejor educación posible.
Preguntarnos qué queremos para ellos, debe ser el punto de partida para saber cómo enfocar y guiar ese proceso y así saber cuáles deben ser nuestras prioridades.
¿Queremos niños felices, equilibrados y bien equipados? o ¿queremos a toda costa niños “exitosos”?…y es esto justamente lo que nos lleva a otra gran incógnita: ¿qué es el éxito para cada uno de nosotros? Aunque esta pregunta puede tener muchas respuestas y significados, lo cierto es que la sociedad en la que vivimos ha logrado imponer muy claramente unos patrones asociados a dicho éxito, los cuales se han convertido en indicadores del mismo.
La importancia del reconocimiento
En los adultos, dicho parámetro, es el sueldo, esa es su “recompensa” y el indicador más importante y más común de lo exitosa y destacada que es una persona, ya que cuanto más importante sea el cargo, mayor es el ingreso; puerta de entrada para acceder a ciertos privilegios, los cuales son todos símbolos de estatus.
En los niños, en el ámbito escolar, ese indicador, son las notas. Y así como los adultos enfrentan diversos niveles de presión ya sean externos o auto impuestos, a los niños les pasa exactamente lo mismo.
Sienten presión de sus padres, de sus compañeros, de sus profesores. El problema es que dicha presión no se reconoce siempre como tal y muchas veces es extremadamente sutil. Las recompensas visibles y no tan visibles ante las buenas notas son un arma de doble filo, ya que en el fondo podemos estar forjando niños con una autoestima dependiente de los resultados. Ante las buenas notas una caricia, unas palabras alentadoras y en algunos casos hasta recompensas materiales. Ante las malas notas, todo lo contrario desde miradas de desaprobación hasta el castigo.
La necesidad de aprobación
Todo esto va generando de manera casi imperceptible, la fórmula perfecta para destruir el amor por aprender, donde se desvanece la inspiración, donde todo empieza a girar en torno a un resultado, donde la información se graba, se presenta el examen y se olvida. Donde los niños en lugar de convertirse en buenos estudiantes que valoren y disfruten el proceso de aprender, terminan convirtiéndose en buenos tomadores de pruebas, donde no importa el contenido sino la estrategia para alcanzar el puntaje más alto posible, y así, obtener esa aprobación de las diversas personas importantes en sus vidas.
Es en estas situaciones donde se hace imprescindible separar al niño de los resultados y ante todo es muy importante que exista dentro de nosotros un amor incondicional y no un amor basado en resultados expresado en términos de premios y castigos. No se trata de no exigir o de no alegrarse con los buenos resultados, se trata ante todo, de reconocer. Reconocer a los niños como personas, reconocer sus esfuerzos y su dedicación al igual que sus limitaciones, y reconocer en nosotros mismos qué es lo que nos lleva a meter a nuestros hijos en esa carrera desaforada donde queremos que sean los mejores en todo.
Profesores presionados, niños rotulados
Por otra parte, el no reconocer a cada niño como un individuo, con capacidades y limitaciones específicas, lleva a que los profesores empiecen a identificar a sus alumnos con una nota o un porcentaje, y con un concepto: el bueno, el mediocre, etc. Sumado a esto, la tendencia actual, apunta a que los profesores deben ser evaluados, según los resultados que sus alumnos obtengan en los exámenes, lo que nos lleva a enfrentarnos con algo aún más delicado: niños mucho más deseables que otros para tener como alumnos. Así es: si un profesor es evaluado primordialmente por los resultados que tienen sus alumnos, los niños que puntúan muy alto en las pruebas serán los más apetecidos y aquellos que no les va tan bien, serán todo lo contrario.
Por otra parte, al tener esta presión, es muy factible que los profesores se centren mucho más en los temas que ayudaran a sus alumnos a tener mejores notas en las diversas pruebas, dejando de lado aspectos o temas muy interesantes de ser estudiados y analizados que les dan a los niños otro tipo de preparación que nada tiene que ver con un examen.
Es importante hacer un alto en el camino y replantearnos que nos ha llevado a estos extremos, y cuál es el verdadero significado de la educación. ¿Será una mera acumulación de información en aras de un buen puntaje? o ¿será poder ofrecerles diversas herramientas para que se desenvuelvan de la mejor manera posible en la vida?.
Por: Paola Bermúdez
Redacción Revista Edu.co