Discurso de Grado de Daniel Pardo estudiante del Gimnasio La Montaña de Bogotá
En Ulrica, de Jorge Luis Borges, una noruega le pregunta a un colombiano: ¿Qué es ser colombiano? Él, dubitativo, responde: “Es un acto de fe.”
Esta podría parecer una frase trillada que encaja en la narrativa agonista de cualquier país lationamericano. Sin embargo, esta afirmación resume a la perfección el desafío que afrontaremos en nuestras vidas profesionales, pues refleja la esperanza colectiva ante la incertidumbre de proyectarse en Colombia. Nos enfrentamos a un país herido por desigualdades, conflictos cíclicos, corrupción estructural y por la cultura de “el vivo vive del bobo”.
Aun así, constituimos la reducida élite con el capital humano más ilustre y grandioso que tiene el país, y portamos la enorme responsabilidad de materializar el conocimiento en transformación social. Es nuestra labor construir un país donde el coraje y la resiliencia propias del colombiano se vean reflejadas en desarrollo y prosperidad, no en la necesidad de sobrevivir a la injusticia o adaptarse a la violencia generalizada. No solo se lo debemos a este colegio, a nuestros padres y profesores, sino también a todos aquellos que no tuvieron acceso a la calidad de nuestra educación. Nuestra excelencia, entonces, no puede ser individual: debe ser puesta al servicio del otro.
A quienes decidimos quedarnos en Colombia, los invito a actuar desde ya, a indagar cómo su vocación puede impactar positivamente el bienestar de los colombianos. A quienes parten al exterior, los invito a absorber lo mejor de otras culturas y a volver con ese conocimiento y sembrarlo aquí. Sin importar donde estudiemos, hay una causa mayor que nos convoca a todos. Múltiples veces trabajamos juntos en proyectos académicos, pero nunca todos al mismo tiempo. Ahora, por primera vez, estaremos unidos trabajando en el mismo proyecto: sacar adelante a Colombia. Y debemos hacerlo con el mismo amor que se le tiene a la madre.
Será un reto inmenso, que exigirá lo mejor de nosotros. Nos preguntaran si realmente vale la pena luchar por un país cuyo futuro es incierto, convulso, e incluso hostil. Entonces recordaremos cómo fuimos formados y cuál es la pasión que nos mueve. E impetuosamente responderemos: “Sí, vale la pena, pues ser colombiano es un acto de fe.”
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